miércoles, 26 de noviembre de 2008

En vez de entrada


Tenía pensado publicar, a finales de noviembre, una entrada sobre la memoria olfativa. Mientras tanto, mi psicóloga me ha mandado escribir una carta a una persona querida mía, imaginandome de aquí a quince años. La dejo aquí, posponiendo la de la memoria olfativa. Es más, le voy a dar un título, incluso un título tocante y conexo, lo encuentro oportuno. Merece la pena ir al psicólogo y, no te asustes, es asunto de la empresa....



¨Yo, quince años después, con más olfato que memoria¨

Hace mucho que no sé nada de ti. Al principio me costó olvidarte, me preocupé, me enfadé pero al final decidí escribirte y contarte lo que hice, o no, durante estos últimos años.
Sigo lejos de Grecia -aunque cada vez más cerca. Tengo pareja pero hay veces que me encuentro igual de sola. No me quiero quejar, ni dejar. Al fin y al cabo, he hecho y he tenido todo lo que me propuse, sobre todo tener a alguien, pero permitiéndome todavía el lujo de esos momentos de soledad.
Mis padres están aquí, siempre muy presentes. La decisión de no volver a Grecia ya estaba tomada cuando tú me conociste, incluso sé que tú lo supiste antes que yo. Mi madre cada vez se acuerda de menos cosas, a veces le considero feliz, y mi padre le sigue queriendo igual, como siempre y más.

La voz de mi padre por teléfono suena más dulce, más tranquila pero también más lenta.

A veces pienso que si el olvido es hereditario, pues que me toque cuando tenga cumplidas un par de cosas que todavía tengo pendientes: terminar mi libro y traducirlo. Curioso, recuerdo que en la facultad nos hablaron de la demencia del traductor. Mi madre nunca ha sido traductora pero intérprete sí, intérprete de una vida más que plena, llena, generosa, querida, vida con razón.
Deseo, entonces, que la demencia sea tardía y que, si es posible, que afecte mis lenguas de llegada, obtenidas y adquiridas. Mis memorias, recuerdos y registros en griego no, por favor. Aunque, te voy a contar un secreto. A menudo, cuando pienso, cuando suena esa voz que oigo solo yo, pues esa voz habla un idioma raro; y no es griego, tampoco es español, ni inglés o francés, a lo mejor es una mezcla de todo.

Me desvío, te quiero hablar de mi, me estanco, lo siento, me es inevitable mencionar y parar a contarte también la vida de lo míos, las personas más queridas.

Sé que si estuvieras me preguntarías si sigo con los vinos, si he cumplido mi sueño, si he probado por fin ese Vega Sicilia y si he sido capaz de recuperar en mi cabeza la imagen de la bodega de mi abuelo, la que nunca vi. Te diría que sí, aunque, conforme van pasando los años, me son más presentes y menos turbias las anécdotas que siempre me contaba mi padre cuando era pequeña.

¨...tu padre, pequeña, cuando era enano, jugando un domingo con sus primos en los sótanos de la bodega, se subió al deposito de fermentación -sí, por esas escaleras de caracol- pues, tu padre, pequeña, se mareó por los olores, los vapores y el alcohol y casi se caía al mosto, como Obélix, cuando cayó en la marmita en que el druida preparaba la poción mágica, y se quedó para siempre poderoso. Tu padre, pequeña, tu familia, lleva el vino en el pellejo; tus abuelos, nosotros, tu hermano, tú, estamos impregnados, empapados, pequeña.¨

Imagen tan presente, tan viva, tan real, esta y la siguiente, contada siempre por mi abuela cuando terminábamos de comer, pero nos quedábamos todos en la mesa, por si alguien contaba algo nuevo, pero no:

¨ Tu padre, Georgia, que era un demonio y no paraba -por eso te digo, Niko, a tu hija déjala que haga las cosas, que sois iguales- a tu padre, te decía, un día le encontré con la cara llena de heridas y azúcar glas. Claro, cogieron el arrope, se pringaron las caras, se afeitaron con cuchilla y luego se echaron azúcar glas, como si fuese polvos.¨

Sí, mi amigo, sigo con los vinos, no he conseguido todavía asumir que hayan pasado quince años desde que di mis primeros pasos aquí en Málaga. Echo de menos esas primeras visitas mías y tímidas, la cara sorprendida de la gente por que una griega les contase la historia de Málaga y de sus vinos. Ahora me lleno de otras cosas, ya no sorprendo tanto. Soy parte de ello, a Málaga la he hecho mía y yo soy suya.
Mis compañeros y yo, esa gente que ya son próximos míos, tenemos ya madera, o más que eso. Es la solera, después de tantos años uno huele a frutos secos, el otro a regaliz y yo...yo todavía me estoy sacando los aromas, o según dicen, aún reservo algo del primer olor, quizás de Grecia.
Tuve la suerte, sí, por una vez la tuve, de empezar así e ir cumpliendo paso a paso mis sueños, creo que todavía no he decepcionado a nadie y sigo experimentando con mis recetas. Y me siento feliz cuando la gente las lee y después de leerlas las saborea, y después de saborearlas se da cuenta de que yo no soy tan extranjera, ellos tampoco lo son, y que Grecia está a un trago de España.
Entre vinos y recetas me realizo y todavía es cuando menos me cuesta relacionarme con la gente, hablando de la gastronomía y de raíces comunes y compartidas.

Me gustaría volver a verte, me gustaría volver a saber de ti y me gustaría saber que esta carta te ha hecho recordar y, ojala, pensar. Pensar lo que me costó tomar decisiones en tu ausencia y seguir adelante, sin que nadie lo sepa.
Al principio creía que me iba a costar llenar media hoja, pero ahora hasta me veo obligada a parar de escribir, mantenerme por una vez más, y despedirme.

Que sepas que siempre es más difícil remontar al pasado que inventarse el futuro próximo o más lejano, y que después de tantos años estoy bien, me encuentro bien, aunque todavía algo inquieta.

Georgia

domingo, 2 de noviembre de 2008

Tu ensalada, mi equilibrio



He echado de menos varias cosas, sobre todo irme sin pensar en nada, irme sin dejar nada atrás, irme y no saber si volver o no.

Fue diferente esta vez, volví de Grecia vacía.
De emociones, sentimientos.
Sin morriña y recuerdos.
Tuve un vaje de vuelta malo.
Dos vuelos
El primero me abatió.
El segundo me tranquilizó, me quedé dormida.

Y cuando llegué a Málaga me di cuenta de que venía cargadísima.
En la maleta traía una parte de allí. La que no podía ver cuando estaba.

Mi madre hizo muy cuidadosamente una elección de lo mejor que tenía.
Queso kaseri, queso feta, tzatziki, taramosalata y esos saladitos que sola no sé saborearlos.
Mi padre, aunque ausente la mayoría de los días, unas horas antes de que me fuese, me dio cariño.
Se desveló asando un cordero, como solo él sabe hacerlo. Me lo deshuesó, me lo sirvió en un taper algo decente y escribió con un rotulador en la tapa Arnáki.

Dando vueltas por el aeropuerto, dando vueltas por el mundo que acababa de dejar detrás, estuve pensando que seguramente a la vuelta te tendría que dar la receta de la ensalada.
La que acompañamos con un arroz y sidra.

Posteriormente, y estando ya aqui de nuevo,
esta tarde vuelvo del trabajo
y decido escribirte y darte los ingredientes.

Ensalada verde, roja y algo amarga

Queso de cabra, un medallón.

Yogur griego

Mostaza de Dijón

Miel de Kalymnos

Mayonesa, pero si no tienes, mejor.

Aceite de oliva, hojiblanca.

Unas gotitas de limón, o de lima.

Sesamo.

Sin ningún misterio o complicaciones,
esos ingredientes esenciales pero no imprescindibles
los manipulas a tu gusto,
montas el plato según el momento
y lo tomas pensando en lo que tu quieras.

Te regalo la receta
a cambio de verte pronto volar y cumplir.

Yo ya estoy mejor.
He vaciado la maleta, la he guardado incluso.
Estoy llena de emociones, echo de menos estar
y saber que estoy.
Que estoy alli,
Y que me quedo durmiendo.

Apunta los ingredientes.
Por que a lo mejor borro esta entrada.