miércoles, 30 de junio de 2010

Punto Ciego, Vino por confirmar





"…esde el …unto de vista comp…….. y visual me parecen muy interesantes las obras realizadas en base a flores y plantas en donde el p….. consciente…mente distorsiona la forma de los objetos a través de fórmulas …..atemáticas producto de la observación de las leyes ……..bre el comportamiento de la naturale…... Destaco estas obras p…ue son un ex…lente pretexto para que el ar…goista pueda divagar y elucubrar en as…tos compositivos abstractos, creando …itmos visuales …ámicos y lúdicos. Estos ritmos se estructuran en espirales o ….ormas curvas en un ju…ego estético de equ….brios de masas, forma y color."

Cristian Avilés (Artista Visual)

Rotando y casi rota me entero a última hora de un maridaje de color y sensación. Mi ritmo habitual aún no me convence y parece que de las mil y una calles que me rodean me sé las cuatro. De esas cuatro me persigue una y allí vuelvo sea por el negocio o, sencillamente, por mis ganas, apetito y bendito ocio.

Acudiré y observaré.
Descuida, en breve aquí estaré para contarte
qué vino acompañará mañana
mi paseo entre cuadros que reconstruyen masas, forma y color.



viernes, 25 de junio de 2010

Habitual Inciso



De la patata, que es rica y requeterica, sabor a almidón sólido y franco, de costumbres alimentarios o alimenticios diarios.
Me sirvo un vin
o y te cuento.

Sálvame y ayúdame a cubrir la necesidad de complacer mi apetito. Tráeme recuerdos de infancia pura, alegre y de color tomate; rojo vivo y brillante, espesito, dulzón y algo ácido. Recuérdame la sencillez de mis degustaciones primarias, primitivas y esas primerizas.
Clarita clara de huevo y de relleno la yema de color amarillo anaranjado, colores y sustancias batidas entre sí, en revuelto, como bien se llama dicho encuentro. Estos son los ingredientes de mi infancia y del sabor feliz de un tal habitual inciso; receta sencilla que desesperadamente busca jornada y rutina semanal para colarse y ahí quedarse, como intruso que se escapa de la despensa que en desuso está, inciso del sabor y exquisitez express , de la sartén al plato.

Qué decir de las pataticas fritas pues, francesitas según ¨les frites¨, en paja y doradas, de entrada crujientes y al masticar notar textura blanda y murmurar

¨…mmm saben a domingo estival¨.

Cierto es y más lo voy a matizar; saben a casa y a hogar, saben a atardecer comiendo tarde ya en la terraza, felizmente poniendo fin así a un día entero en la playa y bajo el sol, que el apetito aún mas agrandan.

Pues ocúpate primero de pochar medio kilo de tomate pera bien picado; en la sartén su pulpa rojita se juntará con una pizca de sal, otra mijilla de azúcar, chorrito de aceite de oliva y al gusto añade orégano, romero o tomillo, identifícate entre hierbas finas y aromáticas y ¡adelante!: con paciencia y buen humor ya puedes ir removiendo tu salsa tan casera.


Me acerco al teléfono y llamo a mi madre para oír su voz, mientras mi salsita coge cuerpo y sabor, dulce y ácido del tomate fresco. Me dejo en los brazos de su conversación que siempre con cariño me concede; me cuenta su día y alguna anécdota de la noche anterior, disfruto y a la vez me llega el olor a lo que en mi sartén se cuece. Curiosa combinación de estímulos; el olfato que allí a mi casa me puede trasladar, junto a mi madre. Al oír su dulce voz por un instante me hace pensar que es ella que metida en la cocina está, y ahora va a proceder al siguiente paso de su sencilla y tradicional receta.

Según la cantidad del tomatito bien pochado tienes que escoger la respectiva cantidad de huevos grandes y, si es posible, del pueblo y del coral, sus yemas te compensarán por el sabor, su tamaño hermoso y por su color naranja tan intenso. Un caprichito, mientras, te voy a contar. La receta manda que los huevos se tienen que batir para mezclarse bien con la salsa recién elaborada. Yo siempre procedo así pero dejo un huevo a parte integro, sin curtir y con azotes castigar; te acordarás de mi cuando al final en esa yema sin batir tu trozo de pan remojes y rebañes.

Los huevos ya están, batidos y en su salsa haciéndose con una yema en medio, sobreviviente única burlándose de ese revoltijo. Ya hace rato que he colgado el teléfono, así recapacito viendo que soy yo que mi sartén manejo.


Si tú no eres como yo y por momentos no te pierdes oliendo y oyendo, deja de filosofar y ve pelando pataticas. Pártelas en paja fina al perfil francés, pásalas por agua y sal, escúrrelas y en otra sartén al lado empieza a bien dorarlas.


Todo en este mundo tiene su referente fin y un final feliz ahora me tengo que buscar para emplatar para ti este rico y habitual inciso. Te confieso que a menudo tanto los huevos rotos como las sartenadas ingeniosas que al instante se tienen que servir, me encanta presentarlas en su propio recipiente, pues ya han cogido su forma y olor, así su temperatura y esencia por el camino hasta la mesa no se pierden.


Vuelca donde la salsa de tomate pera, los huevos batidos y la yema emperatriz, las pataticas recién fritas.
Espolvorea con pimienta y sal, si griego eres o como tal te sientes añade trocitos de queso feta. Por último decir y con sutileza añadir que ni me acuerdo con qué vino acompañe esta sartenada. Pero sí, te confieso que desde que esa receta he empezado a redactar, un vinito blanco de Palomino fina de mi segunda tierra madre estoy bebiendo. Sí, me disperso y me pierdo pero sin duda el escribir y describir recetas también con un vino se puede maridar. Mientras te hablo del sabor y el color, mientras te indico cantidad y de mi madre por una vez más me acuerdo, la boca se me hace agua y el agua se me hace vino.



Que disfrutes de la sartená y tal vez de ese Barbadillo. Un beso dulce de color rojizo y doradito, de sabor a patata que a veces vale para filosofar y así hablar de un habitual inciso.





sábado, 19 de junio de 2010

Wild Wines, Wild Stories





Recuerdo, hace años, un familiar mío que hace poco nos dejó, un gurú del vino procedente de Bordeaux, me decía que las paredes de los sótanos de su pequeño y humilde chateau no las atravesaba ningún ruido, sonido u otra vibración que alterase el sueño eterno de sus vinos.

Aquello no lo llegué nunca a ver; ni castillo sumiso a gustos extravagantes, ni paredes de piedra acunando en sus brazos y en silencio una bodega oscura. Tampoco saboreé a sus mimados vinos, aunque por sus descripciones implícitas, alguna que otra vez, casi llegué a olerlos. Aquellas narraciones suyas me abrumaban, quizá por mi edad temprana o tal vez por mi imaginación que ya me adelantaba sabores, sonidos e imagines, que todavía no había experimentado.

De mayorcita ya, y mira que ahora que entiendo más me encantaría repetir una tertulia con mi querido Jean, pienso que sus extravagancias tenían su sentido. Y más que sentido, sensibilidad diría yo. Vibración es todo; el silbido de vientos que pasean sin mirar, el crujir de las maderas de un barco ya podrido, el suspiro de un fuego que se apaga, el llanto de un niño que acaba de nacer. Así crecían los caldos en los bajos subterráneos de su hogar, a escondidas y a mudez allí cogían cuerpo, hasta que una mano a gestos lentos los retirase, librándoles del corcho que con fidelidad garantizaba un ciclo de vida en vidrio e insonora.

Desde entonces esas pequeñas extravagancias las tengo en cuenta y sin querer, las voy creyendo y quizá siguiendo. Protejo a las pocas botellas que poseo y no dejo que nadie hable en alta voz y aunque no tengo una bodega –ni chateau- pongo la música al nivel de un susurro. Al descorchar el vino, entonces sí, permito risas y demás de la felicidad premisas. Disfruto de las melodías y de músicas, incluso abro las ventanas de par en par para que entren vientos y todo por delante lo arrastren.

Nunca sometería a un vino ya en copa en tal silencio, vino descorchado ya sin vibraciones no puede crecer, no puede nacer en boca sin sentir y oír llantos, carcajadas o sonrisas.
Vino sin temblor pues, vino armonioso.

Maridaje musical, melodías y armonías acompañaran a vinos bien mimados.
Cuatro canciones cortejarán a cuatro vinos en un lugar que ya me suena.
Que disfrutes.

viernes, 18 de junio de 2010

Vuelvo en 5 minutos




Este es mi viernes y supongo que para ti también lo es. Finalizo hoy mi caminata semanal que en breve se bautizará rutina, mientras sigo viendo palmeras donde sólo madroños hay. Un intermedio que tuve entre semana te voy a contar; cuento corto, suculento y preciso.

Un vino y un queso, rivales amorosos que con pasión y carnalmente se enlazan. Me temo que esta semana he estado profundamente hundida en maridajes de sabores. Tarea encantadora colocar en su sitio los vinos y sus respectivos quesos, recorriendo toda la península hablando de denominaciones de origen; fichas técnicas a diario visualizo e intento virtualmente emplatar sugerencias de maridaje y productos de buen sabor y de saber. Con imparcialidad y sensatez repaso manuales, me aprendo más sinónimos de la misma uva tinta y descubro otras, recién recuperadas. Terruños que me faltan por visitar, viñedos pre-filoxéricos que fósiles vivos y jugosos son, que dejan huellas de tradición, cultura y nobleza. Tengo que cenar, así que vuelvo en cinco minutos.

Disfruto de una cena y, entre fichas de catar, discusiones e identificaciones geográficas, consigo rescatar un par de fotografías instantáneas. Te las dejo aquí, para que las reproduzcas en tu mente y cabeza. Déjalas pasear y que por tu fino paladar se filtren. Un día cualquiera, escríbeme y cuéntame a qué sabe ese amor, esa combinación de un vino y un queso, rivales dos, que por casualidad terminaron acompañándome una noche, bajo la sombra de los madroños.



Cuéntame tu recetario semanal, repasa tu calendario y apuntes gastronómicos de lo que has comido hasta hoy, viernes. Dime si tienes el privilegio de poder por un momento y sin complejos reposar, desconectar y disfrutar de una cena sencilla y sabrosa. Y a mí, que no me hablen ya de normas de vinificación, de denominaciones amparadas, protegidas o mimadas. Que no me hablen de variedades permitidas, las demás las consiento todas yo. Nada quiero oír de pagos mínimos que hacen frontera con imperios castizos; de lagares cándidos rozándose contra las bodegas de prestigio, armaduras de marqueses que como espantapájaros protegen vides, que ya ni los mirlos las visitan. Que me dejen escoger mi cena por mis ganas de beber color y comer sabor, y que me dejen descansar durante cinco, no más, minutos.




Ambos productos, con Denominación de Origen o no. Ahora vuelvo.

lunes, 14 de junio de 2010

Fresas a la Pimienta



Hoy busco un logotipo y un sabor; una imagen única y un plato intruso. Y su respectivo vino, claro.

Una noche cálida, en plena primavera de sentidos pendientes de surgir, entre olores que sólo estando en Grecia se perciben. Sensación de inseguridad y de una crisis no tan imprevista, me encuentro con una persona que, de verdad, da sentido e imagen a lo que, en este rincón íntimamente virtual, escribo.

Insisto; el sabor define a la persona y la persona define al sabor. Somos extensión y reflejo de nuestras preferencias gustativas, lo que el paladar rechaza explica bien el porqué de nuestras elecciones gastronómicas. Desarrollamos criterios y los seguimos con los ojos cerrados, confiando en el olfato y el gusto.

¿Nos debemos decantar por lo propio, desafiando normas de maridajes ya probados?

Experimentamos con pudor y sin temor y con un buen vino al lado. Abiertamente te digo que mi paladar es el lugar más íntimo que en mi cuerpo se aloja y te invito a probar platos, vinos y sabores fieles a mi antojo habitual. Si quieres presumir y vacilar que me conoces bien, acompáñame a saborear lo que a mí me gusta.
Un dry de Tanqueray Ten, para ir abriendo boca y dejar que sin miedo me presente. Enfrente, en el otro lado de la mesa, tengo a Y.Z. Me pido mi martini habitual, sabor familiar que me acompaña mientras voy conociendo a la persona que, hasta entonces, nunca había visto.

Conversación que se desenlaza por intuición y por formulas comunes de educación, oraciones de política y correctas que pronto dan lugar a expresiones con matiz más personal. Momento incomodo el de echar un vistazo a la carta y al menú, decidir y decantarme por una cosa o por otra; un risotto para mí, raviolis para mi socio habitual y macedonia de frutas de la temporada para ese desconocido tan cercano.

-Georgia, adelante, elige tú el vino que nos acompañará durante esta cena.

Escondo detrás de la carta mi rostro que se acaba de teñir rojizo, tonalidades de la paleta de colores de mi timidez habitual, ya que a mí me tocaba dicho honor; mi mirada pasea rápido por las líneas que vinos extraordinarios describen. (Ese puntito de timidez que doy yo siempre a la hora de presentar sentimientos propios no se hace por casualidad, tampoco pretendo quitarle peso de lo que yo opino. Como tú te puedes imaginar, mantengo una delicadeza a la hora de mis preferencias anunciar, así que no desconfíes de mi gusto)

Con sutileza pues, me decanto por un vino griego, blanco fumé de Sauvignon Blanc, el que pronto llega a la mesa para felizmente encontrarse con los manjares elegidos que nos van alimentar y esa conversación que nosotros tres vamos alimentando con temas diversos, deliciosos, encantadores.
Se me sirve el vino. Me toca opinar ¡tierra fértil, hermosa y griega, tierra de mis vinos trágame! y cómo decirle a ese griego sumiller que me acaba de servir un vino perfectamente equilibrado. Con qué palabras expresar esa fortaleza de la Sauvignon que por terruños del norte de mi país mediterráneo encontró lugar y hogar, extendió sus raíces bien y se hizo propia, tan propia que huele a clasicismo.

-Está bien, digo yo y sin embargo ninguna tierra se abre para bien tragarme.

La cena queda inaugurada y oficialmente ya se puede disfrutar y es cuando me paro y observo:
Y.Z. tiene delante su plato, macedonia de fresas chicas y hermosas que tan sólo se definen por su propio color, y manzanas, ácidas y dulces, variedades dos, se nota por la palidez y su color, una más dulce que la otra seguro de que resulta.
Bien. Ahora caigo; Y.Z. tiene mucho que contar, disfruto despacio el sabor armonioso y ahumado de mi vino blanco, paladeo con gestos lentos y hago que los granos de mi arroz espeso y caldoso roten en mi boca, dejo al lado el pan, y con curiosidad me fijo en la macedonia de frutas.
El mismo sumiller, al que yo acabo de hablar con un laconismo casi incomprendido, se acerca a la mesa y le veo rociar a esa macedonia con aceite de oliva, cuyo olor y acidez rompe los aromas a avellana y a roble de Bordeaux que la Sauvignon fumée desprende. Con gestos ágiles y algo intermitentes ahora prosigue con la reducción de vinagreta balsámica, gotas espesas, negrizas y brillantes caen y sedosamente posan encima de las fresas y manzanas de dos variedades. De ningún lugar y casi de la manga saca también un molinillo de madera, y ahora mismo se dedica estoicamente y con plena sensibilidad a sazonar la macedonia con ese popurrí de pimientas que caen recién molidas para dar más aroma y sabor, y para mi imaginación aún más provocar y así yo quedarme durante unos instantes muy quieta.

La cena sigue y se extiende. Armonía de palabras, de sonrisas y de sabor. Me allano en la espesa densidad de mi risotto exquisito, de vez en cuando observo las expresiones de Y.Z., intentando así sacar alguna conclusión acerca de su paladar, gustos y personalidad que cada vez más me intrigan. La Sauvignon ha sido un acierto sin duda alguna, disfruto tanto de mi estado anímico que por momentos roza la emoción, por esta noche y esta cena tan brillante.

Días después, vuelvo de aquel lugar, de la capital griega, de mi Atenas, dolida pero querida. Días después remonto a esa noche y a esa cena tan especial, para decirte que Y.Z. es una persona con mucho gusto y paladar, su originalidad define al manjar que con sabiduría elige. Hoy se da una prorroga a lo que esa noche pude vivir y disfrutar, me llega un logotipo diseñado por él a mano, la mano de una persona con gusto personal y argumentos propios. Se ve y se percibe, cuentos al vino con q, con c, con amor y con pimienta.


Vino catado en Grecia: Amethystos Fumé

Restaurante visitado en Grecia: Piazza Mela

Persona querida y con paladar en Grecia: Yorgos E. Zannias


viernes, 11 de junio de 2010

Après le comité




-Delicada, te digo que soy muy delicada y no sé yo si te merecerá la pena seguirme los caprichos.

Entre nubarrones y chubascos de mis días madrileños de junio, consigo resp
onder a cada compromiso y deuda que tenga abierta y estar donde debo y no debo, con una copa en la mano, con un nudo en mi estomago y pensamientos colorados que cruzan y saturan mis humildes intenciones.


Bien equipada pues, con todo insignificante artefacto y absurdo don que me define, me encuentro de camino a una tertulia que mucho, tal vez, promete. Todavía me pierdo por estos callejones de la gran capital, que no desbocan a los brazos de palmeras altas que una playa, si bien recuerdo, poblan; que no me llevan por pasajes que huelan a garrapiñas, gazpachuelos y uva moscatel. Pero ya que dios parece que hoy no está y que este temporal, aunque poco veraniego, lo permite, con sentido y algo de orientación logro llegar, gracias a esa brújula que nunca llevo encima.

Después de dicho logro -que suerte tengo yo- me siento arropada y bienvenida entre personas que se dedican a lo mismo; encontrar excusas para hablar de tierras fértiles, faenas cálidas y tan gustosas, que en su conjunto, no nos engañemos, al vino todo se refiere.
¿Cómo marcar territorio en algo que todos con pureza y dedicación disfrutan? Yo me pierdo y me echo algo hacía atrás, esperando a que se ponga en marcha la degustación que hoy, seguramente, a mi gusto atrape.

Nada más llegar, me obsequian con una copa de cristal, alta y de cavidad amplia, apoyada en un pie largo que encima de una base igual de cristalina posa y descansa. Arma y de mi mano extensión, que con timidez busca por dónde empezar, me acompaña por ese círculo de vino que me toca recorrer, luego opinar o quedarme calladita.
Estimo miradas y expresiones, que a su vez también resulta útil saber catar y valorar, me acerco al primer anfitrión que con mucho gusto mi copa llena, empezándome a contar qué vino es el que ahora mismo mi interés despierta.

Me meto en esa disciplina que tengo asumida bien, sus máximas me guían para obtener toda información que de acuerdo con mi paladar se ponen. Ensamblaje de estímulos, sabor, olfato y la mirada, incluso ¡oye! los vinos también algunos van de sordos, insonoros para explicártelo mejor, pero no es el caso de los vinos tintos y blancos que hoy me rodean.
En una acción física me meto pues y a quién no le gusta husmear, con la lengua jugar y más adelante adivinar, conocerse a si mismo aún más, a través de los sentidos que en ocasiones se nos olvida hacerles mucho caso.
Reconozco también mi debilidad, aunque tanto me gusta el proceso de catar, me cuesta juzgar y proseguir describiendo sensaciones menos agradables.

Me lanzo así de caprichosa a discutir sobre grados, limpidez e intensidades, analizar viscosidad y densidad, lágrimas y alguna que otra sonrisa intercalada, entre copa y anfitrión. A distancia y a trasluz, cato, me comentan y por momentos me quedo sorprendida.
Mi memoria que capta sin parar y al mismo tiempo olvida, me permite hoy mismo hablar de amarillos pálidos y otros más verdosos, amarillentos, topacios, pardos, cobrizos, incluso de caoba o de ámbar. De la gama de los tintos el mismo proceder, así que destaco asegurándote de que mis ojos vieron rojos claros y oscuros, francos y violeta, grosella, sangre y rojo marrón, ladrillo, teja y carmín y, por último un rojo ojo de perdiz recuerdo.

Intercambios sabrosos, potentes y melosos, tertulia sin fin. A mis artefactos los dejo atrás y el nudo de mi estomago suavemente hoy se desenreda. Me rodeo de gente tan afín, aunque pocos al final te hablarán, es que a través del vino uno mejor se expresa.
Cerrando el círculo de tertulias al vino empapadas, a mi copa ya con menos timidez agarro, y sigo balanceándome entre vinos que íntimos se dejan hacer, al envinar mi arma de cristal y disfrutar de cada palabra que, como esponja, mi mente y paladar absorben.

No me quise despedir, de hecho nadie después me buscaría. Así que fui yo personalmente a buscar al vino que de todos más me sorprendió y, de alguna manera, así de su sabor yo monté mi propia despedida.
Uno con delicadeza pide repetir y así lo hice yo; con educación de sobra y ligeramente afinada, después de tanto vino y sabor, fui a pedir una copa más, de un blanco del 2008 que hasta hoy no olvido.
De Airén, que a mí dos veces se me escapó y de la andaluza Lairén hablaba, un vino que también en pequeña proporción algo de la verdejo lleva. Vendimia tardía de octubre, tras un verano caluroso y racimos en maduración, bajo las lluvias de aquel septiembre. Todo eso quise repetir, envinar por una vez mi copa más, y ya sin las máximas del buen catar, abiertamente disfrutar y opinar, dejando escapar una última sonrisa;

oro viejo de color, casi cobrizo y tan brillante. De aromas, un melocotón o albaricoque llego a imaginar, pero en el fondo es casi miel tostada, tirando a orejones. Del gusto ya una golosina es, su dulzura te ataca y con delicadeza se retira, dejando a su paso por la boca suave, la sensación táctil de algo graso. De retrogusto como la miel, como la dulce acidez de los orejones. Un vino que en total, supera su aroma varietal y de eso, pienso yo, que la botrytis se encargó, dando a la airén más azucares, ácidos frutales y aromas tan a madreselva que,
en un principio, esa uva blanca no posea.

Sensación superior, ya ir por callejones que a mí no me suenan, sin brújula y con un sabor en boca tan peculiar, matices y detalles que a mi paladar motivan. Necesito reposar y asumir, de mis caprichos volverte a decir que son los que más me guían y me nutren.



Me siento en una terraza para podértelo todo mejor contar, en una mesa cuyo mantel mi estado anímico define y señala. De mi bolso saco la copa, de mi mano la extensión, con un pañuelo blanco la tengo cubierta. Veo las estampas del círculo de catas de la pequeña comité cómo se quedan grabadas en él, y me pregunto si de brújula puedo usar esa copa de cristal, con ella volver aquí y contarte este cuento.




Vino catado, entre muchos y buenos: Patio


lunes, 7 de junio de 2010

Hoy, en petit comité...




Te comento que el Cuentos estará en petit comité, en tertulia con productores y catadores del vino natural de los madriles...
Allí nos veremos...
Me voy que me espera una batalla de vinos, también.

miércoles, 2 de junio de 2010

De Cuernos




A saber qué es lo que piensas tú, cuando por terrenos franceses vas y para reposar te metes en un restau y allí, amablemente, te ofrecen unos cuernos griegos.

Bueno, estoy hoy aquí para contarte que nadie tu moral pretende vulnerar, tampoco es que un griego te vaya a sugerir que más pendiente estés de tu media e íntima naranja.
De una hortaliza se ocupa este pequeño documental, que según el sitio y el lugar, varios nombres puede recibir y, aún así, una incógnita sigue siendo.

Llevo tiempo y años de voluntaria navegación, fuera de mi mar Egeo. Aún así, obligada me veo a decir que casi nada echo al final, mucho y de menos; claro, a los hábitos de mi paladar sin falta me refiero, por que en cuanto a todo lo demás, mi corazón a veces en trozos mil se parte. Sólo una cosa busco desde el día que aquí me alojé, y todavía no la tengo encontrada. Se llama ocra, su nombre de por aquí el más común, e inmediatamente más detalles te presento.

Verdura frágil, fina y algo alargada, a los ojos de alguien que por primera vez la ve, parece tener la forma de una cápsula o pirámide chiquita, verde.
Una delicia, en fin, que al tenerla emplatada frente a mí, mi gusto una improvisada fiesta monta, una morriña también ligeramente me llega a sacudir, por acordarme la cocina y los platos de mi querida madre.

Su superficie al terciopelo se asemeja, pues un vello fino abriga sus estiradas fibras, pelusa que apenas se percibirá al guisarlas bien con tomate y cebolla, en la misma olla y todo junto.

Gombo, ocra, quingombó, ngombo o espárragos del pobre, nombres que al fruto de ese arbusto dan por África y por la América del sur, que bien aprecian su sabor y su tacto tan viscoso.
Por les cornes grecques los delicados y escrupulosos galos se decantan y así quieren llamar y yo, que soy de Grecia, la verdurita esa insólita la llamo bamia.
Por los países de Asia Menor, le cambian la i por la y griega pero ¡cuán casualidad!, ellos también la bamya rica la encuentran.
Gnawia o ganaouia, lalo y bantou y también el ki-ngombo, por Túnez y por países árabes que sus semillas como condimento utilizan.

Maneras mil de cocinar, así deduzco por la variedad de nombres y de naciones que distintamente la bamia manipulan. Yo, sin indicaciones y premisas más, te diré que desde siempre en un ragú junto con mis padres a menudo la bamia disfrutaba.

Cebolla picada bien, lo mismo el tomate fresco . Pizquita de cilandro y al salpimentar, y un manojo de perejil que da sabor y también adorna.



Y me pregunto yo, verdurita fina y de sobra delicada, ¿Cómo es que recibes nombres mil, incluso cuerno griego algunos por ahí te llaman?

A preguntas retóricas no se suele contestar, así que a tu gusto dejo esta rápida receta. Y si un día alguien te invita a probar cuernos u otra por el estilo cosa, sonríele y dile que de verduritas conoces más, de qué esta hortaliza va
y de qué se trata.