sábado, 28 de agosto de 2010

Chupito de Tahini





Me lo dejo todo a medias para comunicarte mi ilusión por haberme encontrado un tarro de tahini por ahí, por la selva comercial, donde abunda la variedad, el apetito y la impulsión, con o sin fundamento.

Un tarro de tahini de Grecia entre delicias gourmet, sabor familiar y en el fondo de mi memoria con cariño conservado. De marca Olympos, de sésamo bien molido y de las cosas que nunca encuentras cuando te las pones a buscar.
Pienso untarlo en mi rebanada de pan de desayuno y quizás echarle un par de gotitas de limón; de esos bocados que terminas recibiendo en tu paladar con los ojos inconscientemente bien cerrados.
Lo dejo ahí, encima de la mesa, luego me pongo a pensar si en una crema de garbanzos también lo puedo utilizar o una ensalada de tabule con él aderezar y tal vez acompañarlo con un vino albarín, fresquito y afrutado.

Empieza el partido así que te tengo que dejar,



Allez les grecs y ¡viva mi tarro de tahini!

viernes, 27 de agosto de 2010

Mi Copa Coja o la Cocina Culta




Paredes redondeadas, delgadas, finas, de cristal. Paredes transparentes, incoloras, sonoras y harmoniosas. Capricho o herramienta, menaje, banalidad o directamente un fetiche. La copa, esa vasija cuenca, es la parada natural y puntual del vino, entre la botella y nuestra boca.

Apalanco mis sentidos y alguna que otra preocupación, me siento tan pancha en un sofá y me pido una copa de vino esencialmente blanco, fresco, aromático y grato. Me encuentro achicharrada, para serte más sincera, de los deberes, de ti y del tiempo caluroso que achucha mi respiración.

Estiro mis piernas, me alargo para soltar esa inconfundible tensión cuando la boca se me hace agua y ahí viene mi blanco, deseado y esencial. Copa y no copita, junto con un piscolabis compañero y compinche de mi amena parada, tras un día repleto de quejas y quejicas.

Mi expresión me delata y mi sorpresa se muestra evidente ante mi copa de vino. Color apetecible, uniforme y liso del encuentro de las tres: Verdejo, Viura (call me Macabeu) y Sauvignon, también la blanca.

Mi copa se me presenta coja, diría renga, su pie se quedó por el camino atrapado en las alcantarillas de la presentación chic y cultureta.

¡Va, te corto la pierna y te nombro copa de vino!, sacrificio en el altar del minimalismo industrial, un artilugio más destinado a la presentación de la cocina culta y de autor, nuestra y occidental y sí, tan rica de conceptos y referencias sabrosas.



La doña selecta no es que hoy se muestre crítica, ni mucho menos podría decir que esa fuera una mínima parte de mi buena intención.
Recurro a las reglas de Epicuro, de la buena mesa, reglas que sujetan los apetitos necesarios y naturales y no me alejo más, para poder defender así el cojeo voluntario de mi copa de vino blanco.

Muy brillante y translucido él, con reflejos pajizos y dentro de esa palidez cuán cuerpo muestra dentro de las curvas de mi copa manquita. Pues a falta de un pie que sujete dichas curvas, agarro mi vasija de cristal y la acerco a mi nariz ¡qué poco controlo ese tarro! me es inevitable transmitir mi temperatura corporal a través de mis palmas que, acumuladores de calor, quitan de mi vino el frescor, importante matiz si queremos destacar su viva acidez, sus toques amargos que agradan al paladar, arrastrando lejos la maldita sed.

La vasija que acoge en sus brazos lisos, inodoros de cristal tiene que posar en un pie de unos cuantos centímetros de largo. Tal pose y postura, aparte de la elegancia y estabilidad que brinda a nuestro caldo -fíjate, servido en una copa así, me ha salido llamar el vino caldo- permite apreciar la mayoría de los sentidos que brotan al catar el vino y, a pesar del alto centro de gravedad, así se aprecian bien-bien el color, el anillo, la translucidez, los aromas y, cómo no, el sabor que a través de la temperatura, mejor o peor resulta.
Como si de una bella mujer hablásemos; sus curvas y belleza, su elegancia y perfume, su pose y su estructura corporal, ¡qué poco se aprecian todas las virtudes si la altura no lo permite y bien esconde y oculta su estela al pasar!

Me divierto con mi copa de vino ya medio vacía y en la mano bien sujeta; el vino y yo formamos ya unidad absoluta, compartimos temperatura y calor, sin embargo me acompaña un humor –aparte de pícaro- muy agradable, que lo encuentro hasta encantador y atractivo.




Los piscolabis que acompañan mi sudor son verdaderamente exquisitos, redescubro la elegancia del sabor inicial de tradición, servida toda en artilugios que acompañan la estética culta y de autor, sorprendente y curiosa. De vez en cuando acerco mi nariz –no hablemos del perfil griego- a mi manquita y disfruto mi vino blanco esencial, sentada en un sofá, con las piernas bien cruzadas.



viernes, 20 de agosto de 2010

Lo que Pirandello comió y a nadie se lo contó




La pasta italiana es como la farsa filosófica. Como ocurre en la mayor parte de esas farsas, el protagonista, en nuestro caso yo, se muestra más expresivo y charlatán y así me encontré y me lucí mezclando el arte de fingir con un milhojas de tortellinis frescos y verduras insolentes.
El contexto histórico de esta obra y receta así como su ambientación remontan ambas a una noche anecdótica, cuando precisamente me vi obligada a formar una milésima parte de la mafia siciliana y colarme entre ellos como una rodaja de calabacín entre capas
de pasta fresca, abundante.

La nata; gran tema y cuestión que sólo se puede solucionar a la luz de una vela, tras un buen asesinato. El Sr. Sirico, tan goloso y sensato, llega a mi casa jadeando, tras subir las escaleras de cuatro pisos a pulso y a una velocidad que su edad nunca justificaría. Mayor, algo que se intuye tanto por el respeto que el Sr. Sirico inspira a los afortunados que se encuentran a su alrededor, como por su posicionamiento en la pequeña sociedad de este edificio y sus puntuales cotilleos.

La nata es un ingrediente más, que por su riqueza en proteínas y calorías, va con todo y cubre todo sabor de tal manera que camufla pequeños defectos y malentendidos entre los demás ingredientes, utilizados en la elaboración del respectivo plato. La nata me saca de dudas y apuros cada vez que manejo pasta fresca, hecha a base de yemas de huevo y me invita a perfumarla con una pizca de anís estrellado.



El Sr. Sirico llega hasta mi puerta y le pega dos golpes justo cuando empiezo a menear mi colador y así escurrir bien los tortellinis, gordotes y mofletudos, rellenos de requesón. Quedo a la entera disposición de los vecinos, un intercambio constante de pequeños detalles nos une y a la vez nos separa; a falta de sal, azúcar, harina o café todos en esta comunidad solemos recurrir a las puertas cerradas de los vecinos que se abren de par en par para prestar o devolver esos alimentos básicos que, curioso, a menudo nos suelen faltar. Así se establece esta relación curiosa que bajo el término ¨ vecino ¨ se acoge. Con esa inercia pues, abro la puerta pensando que se trata de un intercambio de bienes más.

Y allí veo al Sr. Sirico que murmura ¨ buenas tardes Gina-déjame pasar ¨ entre suspiros pesados y discontinuos y una voz que por su temblor y agudeza me hace entender que no me va a pedir ni sal, ni pimienta.

Es curiosa la relación que inconscientemente, supongo, se establece entre el calabacín y la berenjena. Por alguna razón, ambas verduras se pueden acompañar entre sí perfectamente y a la vez se anteponen. Dicha fusión, confusión o paradoja igual se basa en el cultivo de esas dos hortalizas que requiere climas cálidos o en la propia carne y pulpa de esos frutos oblongos y alargados que son consistentes, de textura esponjosa y obtienen una riqueza digna y dulzona al freírse, pocharse o estofarse.

El Sr. Sirico se desploma en una de las dos sillas que mi pequeño apartamento dispone mientras yo me pongo a laminar con algo de despiste dos calabacines medianos y una berenjena grandota y hermosa.

-Verás, tuve que irme anoche de mi casa porque, porque me llamaron los compañeros, sabes los de mi trabajo que tenían que descargar ese camión que llegaba tarde del norte y bueno, se nos hicieron las tantas, nos pusimos a hablar y tomar unas cervezas…Esta mañana cuando he vuelto a mi casa estaba cerrada con llave y -yo la mía no la suelo llevar encima- así que volví directamente a la lonja para rellenar los papeles de la carga recibida anoche. Mira, acabo de volver ahora y parece que mi mujer no ha vuelto, la puerta está cerrada con llave y era por si podía trepar por tu balcón al mío, a ver si Rita ha dejado la ventana abierta como tiene costumbre. Vaya, ¿qué es esto? ¿Pasta?

Es preciso decir que la nata sola no aporta más que un sabor bastante neutro, así que suelo enriquecerla con champiñones partidos por la mitad o setas troceadas en juliana gruesa. Pasando las láminas de berenjena y calabacín por la sartén hasta que se doren, me ocupo a la vez de poner en un cazo la nata liquida y sin montar a fuego lento. Con gestos lentos y precisos parto unos cuantos hongos frescos que previamente he frotado con un paño; así no pierden esa delicadeza y recuerdo a terruño mojado durante un otoño húmedo y lluvioso.



-Sí señor, es pasta, los tortellinis me gustan demasiado y hacía mucho que nos los tomaba.
Los estoy preparando con unas verduritas salteadas y los pienso cubrir con una salsa modesta de nata y champiñones.



El Sr. Sirico me mira con la mirada de un sureño que añora el sol y el viento de su tierra, una mirada que oculta con esmero esa inquietud y nervios, soltando unos cuantos últimos suspiros recordándome su incidencia nocturna que me acaba de contar, reclamándome así una respuesta a su apuro.



-Mira, en el sur la pasta se toma a diario pero eso no quita el respeto que le tenemos a este alimento, yo anoche le dije a mi mujer que volvería tarde y ella por lo visto se habrá cogido uno de sus enfados; estará dentro y no me querrá dejar entrar o, qué se yo, a lo mejor está por ahí. Yo, Gina, yo la quiero mucho pero esa mujer me tiene desmotivado, triste y… qué quieres que te diga, mujer que no sabe disfrutar es como un coche bonito que no arranca. Luego ella la pasta la detesta y mujer que no come pasta y, peor aún… ella no sabe prepararla y cada vez que se pone a cocinar comete un delito tras otro y yo…


Bien. No soy partidaria de esos platos abundantes de pasta que se sirven con la salsa ya mezclada. Tampoco me gusta montar platos tan obvios de espaguetis amontonados y su referente salsa servida por lo alto de ese montón. Así me servía los macarrones mi madre y siempre me quedaba al final pasta sin condimentar, bocados insípidos que siempre me desmotivaban. Así que me decanto por servir los tortellinis por capas e intercalar las láminas de berenjena y calabacín. Empaparé cada capa antes de cubrirla con la siguiente y también añadiré un poquito de queso dulzón, tipo emmental, rayado.



El matrimonio que forman el Sr. Sirico y Rita era bien conocido en el edificio por sus abundantes discusiones y enfados, portazos y voces a medianoche. Sr. Sirico, mayor de edad y Rita de apenas cuarenta años, formaban un matrimonio formidable aunque un tanto escandaloso. Se solía hacer a menudo referencia a su temperamento mediterráneo del sur, cosa que a veces justificaba algún que otro golpe, grito o llanto desesperado y otras no. Sin embargo, tengo que tener cuidado y no despistarme; las capas se tienen que montar ya y rápido, así mi milhojas se quedará sólido y uniforme, la temperatura de la salsa hará que se derrita el queso rayado y los tortellinis mofletotes se empapen homogéneamente junto con mis hortalizas doradas.


Intuyo la predisposición del Sr. Sirico a quedarse a cenar conmigo. Supongo que estará hambriento y deseará probar un plato de pasta recién hecha.



-Quédese a cenar señor, así yo no tengo que cenar sola y como ve hay pasta de sobra.
-Muy amable Gina, así hago tiempo y a lo mejor mi mujer vuelve mientras cenamos y así no tengo porque saltar por la ventana.




El milhojas estuvo exquisito. Cenamos tranquilos los dos a la luz de una vela y estuvimos contando nuestras experiencias sureñas tomando un vino blanco, fresquete y también del sur.
Rita nunca volvió, mejor dicho, desde esa noche el Sr. Sirico nunca volvió a aparecer por el edificio. Rumores y cotilleos de nuestra comunidad insinúan que a la pobre Rita la encontraron asesinada en la lonja porteña de mi pequeña ciudad.

Un delito no saber preparar la pasta y, me cuenten lo que me cuenten, entre intercambios de sal y de azúcar, entre puertas cerradas y vecinas, yo siempre lo que contesto es que sí.

Sí que hay una constante confusión entre el calabacín y la rica berenjena; así es (si así os parece).








Datos de interés: Así es, Mafia, Barbadillo


La última foto participa en el concurso ¨Sube las fotos de Tu momento Barbadillo¨ del CanalCocina


miércoles, 18 de agosto de 2010

1331




A falta de unas buenas vacaciones me entretengo entre una capicúa y un buen brindis.
Cumplidos, a
ños y recuerdos.

Olivas y Cícladas, culto a las serpientes y vinos de robola, la que tiene fama de ser la mejor uva de Grecia, y también la más bella. Salsas y dulces higos, los quesos y el carnaval. El vino ático, platos con berenjena, viticultores bajo la mirada de los dioses. Panes de Pascua y cabrito en espetón, cuya receta se guarda celosamente por cada cocinero. Dulce hospitalidad y el queso en Métsovon. Especialidades con huevo, los viñedos de Nemea, las bodegas de Gustav Clauss y las pasas de Corinto. La cultura de los entrantes, a pie de la calle. Desarticulo y desmenuzo este libro para contarte maravillas, el oro del mar Egeo y aguas griegas, el sabor a castaña, fruta y frutos secos, la llanura del repollo. Truchas, ciruelas, comer sin prisas y almendras de las Espóradas, rituales de gastronomía, el sésamo y escenas de mercado.


Así fueron mis 31. Mis días y mis noches en territorio no griego, que en breve se pueden resumir en un sabor, un vino, una página.
Me lo leo y te cuento, te cuento y te lo lees.

martes, 3 de agosto de 2010

Trigo




Cambio de escenario para celebrar mi aniversario. Huyo de donde tengo que vivir ahorrando momentos ricos, agradables y de sabor, eclipsando así el amargo o agrio que tengo grabado en mi supuesta mente y paladar. Distráeme y dime que estarás, dime que me acompañaras y que te sentarás conmigo en esa mesa reservada para dos y compartirás conmigo esa cena que planeamos hace años.
-¿Hubo cena?
-Sí
-¿Dónde?
-En Trigo


Hace un mes viajé a Valladolid. Lugar remoto para mí, destino que apenas había meditado.
No suelo tener compromisos sociales, ni protocolos que tenga que seguir pero siempre respeto las fechas y el calendario. Llegaba el sábado y me encontraba todavía atascada entre ventas y transferencias, me rodeaban muestras de vino que había que hacer rotar. Pares e impares, cajas de seis medio vacías y botellas de unos cuantos centilitros medio llenas, gente reclamando su dosis de alegría y de sabor a tempranillo, con encanto embotellada.
Así llegó ese sábado y yo pendiente de mi cita con tan sólo una ciudad y por un aniversario que parecía que me lo acababa de inventar; así me marcho esta mañana del sábado.

Llego aturrullada y desmelenada. Me instalo en una habitación y asiento mi impaciencia en el sillón incómodo de mi subconsciente, allí, al lado de los pensamientos, que por momentos me dicen que por una vez más esa noche iba a cenar sola.
Tengo sed, me peino rápido y me cambio de ropa para salir ya, así regar mi inseguridad y rezar porque mis sentimientos no me vuelvan a engañar.
Poco amurallada y puntual, como yo, es Valladolid. Se distrae y se dispersa entre la antigüedad y sus nuevas edificaciones, te hace cruzar un puente nuevo y ese antiguo; Valladolid respira e inspira aire ambiguo y me hace pensar que al final te encontraré allí, donde quedamos hace años.

Tarde calurosa y la ciudad me recibe con calma y con tranquilidad, me escondo y encuentro refugio en pequeñas casas donde se me sirve un verdejo semidulce, sorprendente y fresco, acompañado por una variedad de pinchos que siguen el clímax del sabroso al exquisito y así mi impaciencia se empieza a orientar hacía la calma y, sí, hacía la felicidad. Desconecto. Marcharse sin desconectar es un acto de cobarde y yo presumo de no ser tan recelosa. Me pregunto de donde saco esa capacidad de estar sin que nadie lo sepa y esa puntualidad de siempre ser la primera en llegar a las citas frágiles y tan críticas. ¿Me invento relaciones y su respectivo final? ¿recuerdo una tal fecha y exijo no ser la única, ni la primera en llegar? Aún así, voy y confirmo la reserva para esta noche. Para dos.

Lugar cerrado con varias salidas hacía lo que uno busca, supongo que necesito respirar y librarme de tanta felicidad repentina. Así que me invento un juego de camino hacía donde me quedaré hasta la hora de cenar. El juego consiste en dar pasos por los extramuros de la ciudad y contar cantando,

Vino - mosto y cenceñas
Tinta - pinta y cochinillo

Tortas -
finas, pan de trigo
Agua fresca, del molinillo

Corre - corre que te pillo



Atardecer tardío, casi pausado, duda en separarse del sol que todavía deslumbra mi ansiada espera. Me tumbo bajo la sombrilla que me toca por hospedarme en esa casa, sigo murmurando mi canción y quedándome dormida …-molinillo y durmiendo …y si te pillo… agua…me duermo…y tinta…me separo y te paro, molinillo…y sueño, vino.

Nadie vino para despertarme. Solamente la lluvia. Unas cuantas gotas empiezan un trapicheo constante contra mis parpados, me levanto y miro hacía la sombrilla que, ahora que el sol se va escondiendo, de la lluvia se desentiende y me desaloja del sitio de mi profundo sueño.
Me conformo con un café que ligeramente mancha la taza de leche caliente que se me sirve allí, debajo del toldo que se burla de la tormenta que mis sueños acaba de acobardar. De nuevo aturrullada y despeinada, me levanto y corto una ramita de jazmín y la coloco al lado de mi taza, como una galleta que no se moja pero adorna y perfuma; me tomo mi leche manchada y me es inevitable ponerme nerviosa, se acerca la hora de cenar, la hora de celebrar mi aniversario y acudir a nuestra cita.


Subo a la habitación, en el ascensor me río sola por haber acompañado mi café con una flor blanquita, mis labios saben a café y mi nariz rebusca el jazmín que me lo llevo en la mano.
El tiempo que pasa y el que no es una noción y dimensión aparte, asunto personal que se me hace difícil aguantar siempre cuando estoy a la espera de algo grande. - Pausa interminable aquella noche que recorrí el callejón de tu enfado, esperándote a que se te pasase y así pasaste y nunca volviste a aparecer. Me monto un moño en la cabeza desenredando mi melena y me meto dentro de un vestido que supongo que te encantará.
Metida en la habitación y delante de un espejo recorro las expresiones de mi cara, intentando practicar la sonrisa que te regalaré de bienvenida.
Me asomo a la terraza y – pausas interminables que ningún reloj supo contabilizar aquellas esperas en aeropuertos y estaciones hasta que aparecieras tú y tus trastos inconfundibles-, y me sirvo un gin tonic para contemplar mi inquietud y mis nervios que ahora ya se agrandan. Mi maletín, pues mi maletín está allí, lo cojo y allí meto la cartera, un par de herramientas de urgencia más, para justificar mi viaje repentino de Madrid a la medio amurallada Valla.

Salgo a la calle y cuán diversión ir de camino a esa cita, cuán ilusión me hace mi vestido azul marino y ese moño que disimula mi ansia de verte y que tu me veas así de cambiada, de camino voy y tengo que cruzar un puente hermoso y así lo hago y sigo delante y acelero; mis pasos se convierten en pequeños saltos, los que el vestido ceñido me pueda permitir. Casi llego tarde y mira que me dejé el gin tonic a medias y mira que llevo preparándome para esta cita durante una eternidad y si llego tarde, pues mejor, así te hago esperar y así con más ilusión me recibes.

Vino - mosto y cenceñas
Tinta - pinta y cochinillo
Tortas - finas, pan de trigo…

Y murmurando llego a la calle de los Tintes, al lado tengo la Catedral, y allí en la puerta del restaurante Trigo me paro. Entro y Noemí me recibe con un mimo sutil y con la misma delicadeza se me indica mi mesa y hacía ella me dirijo y allí me siento; por lo visto he llegado antes que tú.
Intento orientar mi mirada hacía lo que me rodea, comensales que ya han empezado su cena, susurros acompañados por delicadas risas, conversaciones que se acaban de emplatar, acompañadas por botellas de vino cuyas etiquetas me distraen. Cuento unas cuantas mesas que habitan este local que, nada más entrar, consigue calmar mis nervios o cualquier inercia que me haya acompañado hasta su mismísima puerta. Me fijo en la decoración que tiende al minimalismo, ese sentido mínimo que se aloja no en lo básico sino en lo esencial, una estética que simplemente deja que predomine lo primordial, a por lo que uno viene; vengo a cenar y verte, vengo a verte y contigo mi cena compartir. Intento concretar sentimientos, contener un par de lágrimas y disimular mi soledad. Mi mirada pasea entre las mesas bien puestas y ocupadas por gente no tan solitaria y Noemí se me acerca para preguntarme si estoy a gusto y si quiero consultar la carta.

-Claro que sí, gracias.

y su voz hace que mi tensión se ablande y enseguida recibo la carta en la cual me hundo y con ella mi impaciencia entretengo. Mi mirada se mece sin que mude de lugar o de página. Entre los entrantes y según lo descrito en cada línea se para y reposa y, como si de una conspiración se tratase, esta descripción de sabores que delante de mis ojos se despliega y tu eminente llegada derivan en un mariposeo único de mi estomago. Mariposas que sienten y consienten, apetito que se convierte en hambre y ganas de probar esos quesos de la tierra junto con el hígado del pato a la sartén con avellanas y albaricoque.
Mi mirada también revolotea por los platos de carne, pensando en tus preferencias y tu gusto especial para las carnes rojas y jugosas. Pies de cerdo crujientes con ñoquis de queso en su guiso y una paletilla de lechal con ensalada fresca.
Noemí entiende y se acerca y como si ya estuvieras ya allí con naturalidad le pido ese menú para dos y ella sin dudar me ofrece la carta de vinos.

No pretendo generalizar y ser tan atópica y poco acertada recurriendo a los tantos tópicos que con maestría mi enofília –véase amor por el vino- visten. Sin embargo ahora mismo voy a invertir todo lo que tenga y sepa acerca de ese amor, hacía el vino y hacía ti, me despego leyendo rápido los vinos de Trigo bien catalogados y con sentimiento elegidos.

Y el orden sería: tú y yo cenando.
Tú a mi derecha y yo a tu izquierda.
Sentados al lado, enfrente no, sería de poca confianza y como si el tiempo nos hubiese separado de verdad.
La selección de quesos y el hígado de pato. No tengo duda alguna; los que insisten diciendo que los vinos dulces son de postre se engañan profundamente y, créeme, de engañar y de vinos todos los días se aprende.

- Con los quesos si le parece, el naturalmente dulce de Telmo Rodríguez, el MR, de la compañía y de Málaga.
- Con el hígado me atrevería con uno de los Oporto. Complejo, denso y Vintage.

Un intercambio de sonrisas y de complicidad y me quedo sola de nuevo. Es sencillo saber esperar y esperar sabiendo que a lo mejor me equivoco de fecha, de persona pero no del lugar. La presencia de Noemí tan ligera y sutil me saca de nuevo de ese remolino de pensamientos y se ocupa de descorchar el MR que se presenta junto con una selección de quesos de León.


Acerco la copa a mi nariz, el recuerdo a jazmín se esfuma y el moscatel, ese querido moscatel que tiene mi alma atrapada, cuyos aromas afrutados se enredan como yedra que va conquistando a la perfección muros de piedra centenarios. Perfumes que van subiendo como toda esencia volátil hasta que se atrapen por el olfato que detecta cítricos y esa madurez frutal, que sabe a verano caluroso por las cuestas axárquicas e inocentes.

Levanto la mirada, dejo la copa, estás allí mirándome. No sé si me emociona el moscatel o tu llegada, o quizá este afortunado encuentro. Hablar de lágrimas no vale, mi copa tras la primera rotación parece un alma desbrotada y llorona, lágrimas de vino dulce que van cayéndose por las paredes del cristal.

-Siéntate, aquí tienes tu copa. De naturalmente dulce. Excelente coincidencia ¿no crees?

Me cuentas y te cuento, nos falta por este aniversario brindar, sin embargo como tema tabú se esquiva y se disimula. Mi mente se aligera y a la vez el pasado pierde importancia y peso; estos quesos de la tierra, de tu tierra y de los que saben que a palas largas el pasado nunca se debe excavar, saben a armonía y resaltan y exaltan el sabor a moscatel, el sabor a tu presencia y tu regreso tan inesperado.

Envinamos y te cambio lágrimas por más lágrimas. Una copa de Oporto que pronto desvela sus gotas de dulzura y potencia, susurro fugaz de ensamblaje que me cuesta definir; nunca descartaría la tinta Roriz y sí, esa generosidad envejecida de un Oporto que a su temperatura idónea hace que el hígado de pato sepa a santa gloria, hace que nuestra conversación se enrede como yedra que crece sin parar, abatiendo murallas enemigas. Matizo porque sí, porque las avellanas que este hígado están acompañando regalan contraste de textura, de lo blando y esponjoso al crujiente y estridente, en su conjunto desvelan ese sabor que tu paladar con placer recibe, enjuago ligeramente con ese vinho especial, su esencia a roble se potencia sin más, te quedas callado y pienso que como yo estás disfrutando.


Atrévete a definir y con palabras describir a que sabe este maridaje, a que sabe este reencuentro. Lánzate y háblame del presente y de lo que no pasó, de lo que quisiste y de lo equívoco de tu decisión y, tras estos primeros pasos por Trigo, déjame contarte lo que viene a continuación.

-Sí, sigo con los vinos y estoy feliz.
Me rodeo de conceptos tan convencionales que me permiten recrear y remodelar mi único objetivo; generar palabras que describan el sabor, que insinúen una pasión por los sentimientos y los sentidos. Cato para poder escribir, escribo para poder brindar, brindo para tener historias que contar. Me motiva el gusto y la variedad, me inquietan las personas insensatas, me enternecen los que trabajan la tierra, me entristece la falta de la elegancia minima, me importan las inquietudes gastronómicas.
Valoro el esfuerzo y me alejo de lo insípido
e incoloro y me gustan las berenjenas con miel.
Me emocionan los ojos desteñidos y las sonrisas
tímidas y los vinos que saben acompañar, los vinos que se hacen únicos cuando se toman por personas sensatas y por el amor talladas.

Es agradable estar en este local donde se respetan tu humor, tu amor y tu apetito. Es agradable estar en esta tierra que varios nombres de vino acoge, terruño de sarmientos de la tinta principal, y entre tantas contigo voy a degustar la de Zamora. Evitemos los tópicos, esta cena me divierte tanto aunque reconozco que yo hablo más que tú, pero aún así, tu silencio se aprecia y disfruto tus pausas entre tragos y estos bocados exquisitos. No hace falta que hables, tranquilo, hablo yo por ti y me encargo por lo que estás viendo de esta cena excepcional. Quédate así de quieto y déjame pedir el vino que va a acompañar mi delirio y tu silencio, las manitas de cerdo y esta paletilla que con tanto agrado y esmero Víctor propone y sugiere.

La Venta Mazarrón, de Castilla y León, de esta misma Tierra, que en su cenit tiene que estar. Se presenta y se descorcha y el paso suave de Noemí hace que este aniversario tan peculiar coja más sentido y sensación, conmoción y ese sabor que convierte ambos platos en un ensueño y satisfacción del paladar que está en busca del sabor a propio, correcto y proporcionado. Una granada que acaba de reventar dentro de mi copa de forma de tulipa, sus granos que se convierten en gotas que caen lentamente. Tonos balsámicos que combinan con la textura suave y ese juego de gelatina crujiente, propia de los extremos de un animal cuya chicha define toda una cultura.




Me impresiona esa política de sabor y mentalidad de cocina tradicional que todavía me tiene mucho que contar. Unos ñoquis de queso posan con picardía y ofrecen más sabor, complementan mi visión y tu silencio que a mi me dice mucho. Una notable acidez que la tempranillo de Zamora posea sigue estimulando mi paladar entre bocado y bocado y cuando paso al plato del lechal, esa jugosidad cárnica me llega a emocionar, no me pidas que te describa más, déjame por un momento no hablar y te permito seguir mis expresiones con la mirada.



Cuéntame ahora tú, cuéntame si estás de acuerdo con la política de los gourmets, con lo exquisito que humilde es, con la ricura de este aniversario y de esta cena que no le falta ni ritmo ni compás ni el silencio que se requiere y se exige cuando la boca tienes llena de sabor y emoción.

Apacible y sereno tú y el venta Mazarrón, ahora que se ha aireado entre platos que volvería a pedir al regresar a esta misma mesa. Se retiran los platos vacíos y observo tu sonrisa, mirándote se me pega sin querer, placer e inocencia en una sonrisa que testigo mudo es de tu discreta presencia en esta cena.

Postre. Siempre te decantabas por el chocolate, valor tuyo clásico que nunca te ha fallado y Víctor se acerca y sugiere una barrita de chocolate acompañada por un helado de melocotón de viña, y tu mirada me dice que sí.

-Sí, seguimos con el mismo tinto para no desperdiciar esta última copa que todavía te queda y me queda.

Siempre con los postres he estado incómoda y algo ignorante la verdad, y tú mejor que yo lo sabes. Quizá sea el momento de esta cena con más tensión, sí la barrita está exquisita y ahora te voy a contar que la tempranillo tampoco queda mal saboreándola al final con el ligero amargo del cacao que se deshace bajo la frescura del helado que sabe a melocotón intenso.



-Brindemos pues. Ahora sí, brindemos.

Por ti, por mi, por esta cena de aniversario, por el presente y por que la despedida sea corta y sutil, porque disfrutes siempre cuando comes, porque sepas sonreír y poco hablar, porque sepas definir el sabor y la emoción.

Ya no queda vino, te levantas y te vas y me quedo atrás y todavía sentada para observar y sumar sabores y palabras, silencios y tragos. Es verdad que la despedida ha sido corta y sutil, una pena que no hayas estado hasta el mismísimo final; Noemí y Víctor invitan a la última golosina que su dulzura por el camino me acompañará. Divertida forma de un dulce ser, bandejita adornada de diferentes texturas que su sabor goloso con alegría indica. Me quedo mirando como una niña que le acaban de regalar un carrusel que alrededor de un mundo de sabor está girando; nubes de fresa o fresón, bombones y teja de caramelo. Una pena que ya no estés, con lo goloso que tú eres.



Inolvidable cena con sentido en su plena expresión, inolvidables pasos por la gastronomía propia que recuerda y añora innovando. Coincidencia que hayas estado entre copas y vinos a mi lado y que ya no estés; tu llegada marcada por el naturalmente dulce y tu despedida por la última copa de la tinta zamorana me hace bien pensar y deducir que quizá sola he cenado. Si eso es verdad, me considero feliz por haber estado aquí, contigo o sin ti. Celebro mi aniversario y me marcho para algún día volver, callejeando por Valladolid, susurrando…



Vino - mosto y cenceñas
Tinta - pinta y cochinillo
Tortas - finas, pan de Trigo…


www.restaurantetrigo.com