domingo, 21 de diciembre de 2008

¡Espera!



Varios días naturales




Te pido atención, paciencia y algo de tu tiempo.
Me encuentro incapaz de contarte mis últimos días de diciembre.
Pero te aseguro, han sido muchos.
Y no lo desmiento, quedan pocos.
Te pido tiempo, yo no lo tengo, préstame segundos, minutos y jornadas que te sobren.

Estoy viajando en tren, esta vez me pido ventana, el pasillo se lo dejo a los demás.
Hoy no me da miedo pegar mi mejilla al cristal y mirar sin ver.
Asi vivo,
casi me mareo pero no me caigo, estoy sentada y solamente te cuento lo que quisiera ver.
Veo gente pasar, algunos están callados y,
a los que más hablan, apenas les oigo.
Veo colores pasear, mi tren casi roza los puestos del mercado.
Veo una cara desconocida escogiendo granadas y membrillos.
Me invento su frescura, casi me llegan los olores hasta aqui;
mi vagón huele a especias, marisco, quesos, vinagre, aceitunas y anís.
Deduzco y percibo tu inquietud, pero te tengo que seguir contando.

El tren avanza, ahora estoy pasando por la plaza, hace frio.
El frio huele, sabe, se intuye.
Has dejado la puerta abierta, te veo a lo lejos, solamente te digo que deberías andar más recto,
pero así reconozco yo tus pasos.
Y te digo que aquí yo, no me quedaría.

No me gusta resumir, siempre se pierde lo relevante.
Pero ahora mismo estoy cruzando el campo y veo solamente
esas llanuras que hacen mi trayecto más lento y pesado.
Cansancio es, seguramente los llanos traen níscalos, bellotas y tréboles, pero quien soy yo para adivinarlo.

Ahora cruzamos tu puente. Permiteme cerrar los ojos y no mirar.
Ese vértigo y falta de equilibrio - al cruzar puentes y alturas-
hoy, más que nunca, interfieren en mis planes.

Así de sencillo me es, saturarme por miedo
y hacer que el tren se pare.
El viaje se pospone y tan solo me queda volver a mi casa y callarme.

Los descampados son mi destino más frecuente,
y desde aqui te pido tiempo.
Dame tiempo para contarte más,
tengo que recuperar fuerza y trayecto.
Te tengo que relatar cómo es
un día mío natural.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

En vez de entrada


Tenía pensado publicar, a finales de noviembre, una entrada sobre la memoria olfativa. Mientras tanto, mi psicóloga me ha mandado escribir una carta a una persona querida mía, imaginandome de aquí a quince años. La dejo aquí, posponiendo la de la memoria olfativa. Es más, le voy a dar un título, incluso un título tocante y conexo, lo encuentro oportuno. Merece la pena ir al psicólogo y, no te asustes, es asunto de la empresa....



¨Yo, quince años después, con más olfato que memoria¨

Hace mucho que no sé nada de ti. Al principio me costó olvidarte, me preocupé, me enfadé pero al final decidí escribirte y contarte lo que hice, o no, durante estos últimos años.
Sigo lejos de Grecia -aunque cada vez más cerca. Tengo pareja pero hay veces que me encuentro igual de sola. No me quiero quejar, ni dejar. Al fin y al cabo, he hecho y he tenido todo lo que me propuse, sobre todo tener a alguien, pero permitiéndome todavía el lujo de esos momentos de soledad.
Mis padres están aquí, siempre muy presentes. La decisión de no volver a Grecia ya estaba tomada cuando tú me conociste, incluso sé que tú lo supiste antes que yo. Mi madre cada vez se acuerda de menos cosas, a veces le considero feliz, y mi padre le sigue queriendo igual, como siempre y más.

La voz de mi padre por teléfono suena más dulce, más tranquila pero también más lenta.

A veces pienso que si el olvido es hereditario, pues que me toque cuando tenga cumplidas un par de cosas que todavía tengo pendientes: terminar mi libro y traducirlo. Curioso, recuerdo que en la facultad nos hablaron de la demencia del traductor. Mi madre nunca ha sido traductora pero intérprete sí, intérprete de una vida más que plena, llena, generosa, querida, vida con razón.
Deseo, entonces, que la demencia sea tardía y que, si es posible, que afecte mis lenguas de llegada, obtenidas y adquiridas. Mis memorias, recuerdos y registros en griego no, por favor. Aunque, te voy a contar un secreto. A menudo, cuando pienso, cuando suena esa voz que oigo solo yo, pues esa voz habla un idioma raro; y no es griego, tampoco es español, ni inglés o francés, a lo mejor es una mezcla de todo.

Me desvío, te quiero hablar de mi, me estanco, lo siento, me es inevitable mencionar y parar a contarte también la vida de lo míos, las personas más queridas.

Sé que si estuvieras me preguntarías si sigo con los vinos, si he cumplido mi sueño, si he probado por fin ese Vega Sicilia y si he sido capaz de recuperar en mi cabeza la imagen de la bodega de mi abuelo, la que nunca vi. Te diría que sí, aunque, conforme van pasando los años, me son más presentes y menos turbias las anécdotas que siempre me contaba mi padre cuando era pequeña.

¨...tu padre, pequeña, cuando era enano, jugando un domingo con sus primos en los sótanos de la bodega, se subió al deposito de fermentación -sí, por esas escaleras de caracol- pues, tu padre, pequeña, se mareó por los olores, los vapores y el alcohol y casi se caía al mosto, como Obélix, cuando cayó en la marmita en que el druida preparaba la poción mágica, y se quedó para siempre poderoso. Tu padre, pequeña, tu familia, lleva el vino en el pellejo; tus abuelos, nosotros, tu hermano, tú, estamos impregnados, empapados, pequeña.¨

Imagen tan presente, tan viva, tan real, esta y la siguiente, contada siempre por mi abuela cuando terminábamos de comer, pero nos quedábamos todos en la mesa, por si alguien contaba algo nuevo, pero no:

¨ Tu padre, Georgia, que era un demonio y no paraba -por eso te digo, Niko, a tu hija déjala que haga las cosas, que sois iguales- a tu padre, te decía, un día le encontré con la cara llena de heridas y azúcar glas. Claro, cogieron el arrope, se pringaron las caras, se afeitaron con cuchilla y luego se echaron azúcar glas, como si fuese polvos.¨

Sí, mi amigo, sigo con los vinos, no he conseguido todavía asumir que hayan pasado quince años desde que di mis primeros pasos aquí en Málaga. Echo de menos esas primeras visitas mías y tímidas, la cara sorprendida de la gente por que una griega les contase la historia de Málaga y de sus vinos. Ahora me lleno de otras cosas, ya no sorprendo tanto. Soy parte de ello, a Málaga la he hecho mía y yo soy suya.
Mis compañeros y yo, esa gente que ya son próximos míos, tenemos ya madera, o más que eso. Es la solera, después de tantos años uno huele a frutos secos, el otro a regaliz y yo...yo todavía me estoy sacando los aromas, o según dicen, aún reservo algo del primer olor, quizás de Grecia.
Tuve la suerte, sí, por una vez la tuve, de empezar así e ir cumpliendo paso a paso mis sueños, creo que todavía no he decepcionado a nadie y sigo experimentando con mis recetas. Y me siento feliz cuando la gente las lee y después de leerlas las saborea, y después de saborearlas se da cuenta de que yo no soy tan extranjera, ellos tampoco lo son, y que Grecia está a un trago de España.
Entre vinos y recetas me realizo y todavía es cuando menos me cuesta relacionarme con la gente, hablando de la gastronomía y de raíces comunes y compartidas.

Me gustaría volver a verte, me gustaría volver a saber de ti y me gustaría saber que esta carta te ha hecho recordar y, ojala, pensar. Pensar lo que me costó tomar decisiones en tu ausencia y seguir adelante, sin que nadie lo sepa.
Al principio creía que me iba a costar llenar media hoja, pero ahora hasta me veo obligada a parar de escribir, mantenerme por una vez más, y despedirme.

Que sepas que siempre es más difícil remontar al pasado que inventarse el futuro próximo o más lejano, y que después de tantos años estoy bien, me encuentro bien, aunque todavía algo inquieta.

Georgia

domingo, 2 de noviembre de 2008

Tu ensalada, mi equilibrio



He echado de menos varias cosas, sobre todo irme sin pensar en nada, irme sin dejar nada atrás, irme y no saber si volver o no.

Fue diferente esta vez, volví de Grecia vacía.
De emociones, sentimientos.
Sin morriña y recuerdos.
Tuve un vaje de vuelta malo.
Dos vuelos
El primero me abatió.
El segundo me tranquilizó, me quedé dormida.

Y cuando llegué a Málaga me di cuenta de que venía cargadísima.
En la maleta traía una parte de allí. La que no podía ver cuando estaba.

Mi madre hizo muy cuidadosamente una elección de lo mejor que tenía.
Queso kaseri, queso feta, tzatziki, taramosalata y esos saladitos que sola no sé saborearlos.
Mi padre, aunque ausente la mayoría de los días, unas horas antes de que me fuese, me dio cariño.
Se desveló asando un cordero, como solo él sabe hacerlo. Me lo deshuesó, me lo sirvió en un taper algo decente y escribió con un rotulador en la tapa Arnáki.

Dando vueltas por el aeropuerto, dando vueltas por el mundo que acababa de dejar detrás, estuve pensando que seguramente a la vuelta te tendría que dar la receta de la ensalada.
La que acompañamos con un arroz y sidra.

Posteriormente, y estando ya aqui de nuevo,
esta tarde vuelvo del trabajo
y decido escribirte y darte los ingredientes.

Ensalada verde, roja y algo amarga

Queso de cabra, un medallón.

Yogur griego

Mostaza de Dijón

Miel de Kalymnos

Mayonesa, pero si no tienes, mejor.

Aceite de oliva, hojiblanca.

Unas gotitas de limón, o de lima.

Sesamo.

Sin ningún misterio o complicaciones,
esos ingredientes esenciales pero no imprescindibles
los manipulas a tu gusto,
montas el plato según el momento
y lo tomas pensando en lo que tu quieras.

Te regalo la receta
a cambio de verte pronto volar y cumplir.

Yo ya estoy mejor.
He vaciado la maleta, la he guardado incluso.
Estoy llena de emociones, echo de menos estar
y saber que estoy.
Que estoy alli,
Y que me quedo durmiendo.

Apunta los ingredientes.
Por que a lo mejor borro esta entrada.

jueves, 16 de octubre de 2008

Exquisitas Pasas Moscatel de Málaga



Mi proxima entrada, las pasas moscatel.

Llevo pensándolo desde agosto. Quise estar pero no surgió.

Después de la vendimia al final no pude ver esos paseros largos, este otoño ha sido más difícil.
Te cuento.

Llegaba la gente pidiendo trabajo. Trabajo no había. ¿Y dónde se hace la vendimia en septiembre? Te vas para la Axarquía, allí te dicen que en Almáchar hay un tesoro morisco escondido, pero eso no lo sabe nadie. Luego te dan la cesta y las tijeras y de madrugada sales para los viñedos. En plena ruta de la pasa.

La pasa moscatel, la exquisita, la de Alejandría y de grano grueso yo la tomo con un queso curado, uno de los montes y de cabra, pues deja un sabor de trigo amargo en la boca y masticando la pasa después, te alivias.
Eso de aperitivo.
¿Has probado alguna vez chocolate amargo con pasas moscatel?
Eso en noviembre, tomando un té.
Recuerdo que en la Mancha, tomaban las gachas. Harina de color amarillo pajizo, manteca, pimentón. Saltea antes unas pasas. Pon tu plato al lado de una copa de vino tinto, uno de la Roda.
Pero vuelvo a Málaga, y echo de menos el verano. Yo aquí no tengo familia, pero me la invento. Y sé que si la tuviera, tomaría junto a los míos un ajoblanco con pasas moscatel, un gazpachuelo rico y después un trozo de melón.

Ahora por las mañanas, suele llover bastante. Cojo mi ruta diaria, me escondo detrás de mi paraguas.
Hago dos paradas.
Una en calle granada, la mujer que en agosto vendía más cartojal que agua, ahora ha puesto en la vitrina un racimo. Está al lado de los borrachuelos y entre los vinos dulces y las empanadas.
Asomo la cabeza, la gente en Málaga no sabe andar, y menos cuando llueve. Y me quedo un rato mirando.
Me acuerdo de los paseros, que están orientados al sur, en laderas algo pendientes. Los que este año al final no vi.

Segunda parada, la que a veces se me olvida hacer y no sabría decirte exactamente el lugar.

Mañana pensaré en ti, tomando uvas pasas moscatel, las exquisitas.
Y a lo mejor, me acuerdo.