jueves, 28 de abril de 2011

Deontología gallega




Ese sabor a cóctel seco de ginebra que se te queda en boca cuando vuelves de un viaje y de sitios que por primera vez visitas, tras agitar cuerpo y mente, tras mezclar la adrenalina de lo desconocido con los polifenoles y azúcares de lo residual.

“Quise conseguir ver el mar y acabé sumergida en una copa de godello, viendo el verde gris de tus ojos”

Vi el mar de cerca, me deshice de la ropa que durante todo el invierno me pesaba, me tumbé donde me indicaste ¡ahí! y la ciudad me hizo un hueco en sus orillas, donde luego llegaría la marea para borrar toda huella que deja un cuerpo acostado en la arena húmeda, todo indicio de embriaguez, en mi caso, crónica.


Llevo días sin dormir y noches sin poder borrarme esa sonrisa; ninguna marea llegará para quitármela, los labios son míos y el gusto que saboreé es asunto propio.

Aunque la marea llegue después de nosotros, como bien dijiste un día soleado que parecía la mentira más dulzona que jamás oí, conseguí coger el ritmo de una ciudad portuaria, alineé la mirada y el parpadeo de mis ojos al del faro que cada noche la alumbra. Esta noche, tras filosofar, digerir todo aquello y sin poder pegar ojo desde que volví, consigo culpar de mi insomnio a ese compás que en mis oídos y bolsillos se coló y está de vuelta aquí conmigo.



Miedo me da dormir, el compás se convertirá en una arritmia constante y por empatía igual el faro indique costa errónea y desconcierte las gaviotas y los barcos. Si duermo soñaré con merluzas congeladas asesinas, pulpos rabiosos y en su punto que me querrán llevar al fondo pedrizo del mar, parras tupidas que trepan por mi cuerpo y me agarran por el cuello o con un poto que busca sitio para crecer y a mi me desaloja, pidiéndome que le haga hueco ¡ahí!, donde tú me indicaste.



No quiero alargar más el prólogo, si escribo una palabra más esta introducción se convertirá en un cuento de poco vino. Es cierto que los sentimientos hacen sombra y el desorden emocional está a la vuelta de la esquina, propenso a convertirse también en algo crónico.

La primera noche me llevaron hasta el centro y me dijeron “a tu izquierda está el mar y a la derecha la calle de los vinos” y hacía tiempo que en mis oídos no sonaban palabras tan salinas, cristalinas. La segunda noche me enamoré, ¡qué fácil es rendirse! Tomé un vino tinto de Mencía y a mordiscos grandes degusté bocados de calamar, de aceitunas y de cocodrilo. Esa misma noche, tras cruzar un paso de peatones al que recurre la gente que le asusta el amor, me acosté donde ponía reservado.



La dulzura de ese sol que me dio la bienvenida pocos días me duró, se sustituyó pues por una simpatía de gente que pensaba que apenas conocía. Me es difícil describir lo que sentí cuando volví a ver caras que por primera vez veía; y no se trata de ninguna paradoja. Me sentí tan cómoda y tan feliz, sí feliz, entre gente que su sonrisa mi cansancio alivió, su presencia hizo mi paso por Coruña más sabroso.

Sabroso de verdad, un paseo culinario que tan inesperadamente pero queriendo surgió. Vino tras vino que honraba su varietal, amarillo pálido en mi copa de la godello verde amarillenta, de perfumada y reducida acidez, flores y manzana.

La esencia de esta ciudad se resume y luego se explaya dentro de una copa. La que acompaña el primer sabor, lentejas, de las que nunca dejas.




Tras ese primer ataque e impresión, un paté de centollo, reposando encima de una crema de patata o cachelos. Sabor a mar, a crustáceo de armadura rojiza que protege el gusto fresco debajo de su caparazón. Degustación de una delicada elaboración sobre tostaditas de la casa y crujientes, acompañada por vino delicado.



Unas cestitas de hojaldre amasado con huevo, rellenas de queso cremé y un toque ahumado de panceta ibérica vienen después, cambiamos de copa y de vino mientras me anclo entre tierra y el mar, mientras la conversación avanza y nos contamos historias y cuentos envinados.




Ese paso de romper sabor entre marisco y tierra húmeda se dio después, risotto de setas y erizos del mar, sabor a mar y mar de sabores que piden vino y más vino, voy archivando imágenes, palabras, sonrisas, miradas cálidas y mesas vecinas que se intimidan.



Tantas historietas que contar y otras tantas que oír y llevármelas después conmigo, viene otro plato que es secreto. Me pido los secretos poco hechos, que se acerquen a la cruda realidad, un tinto vivo de mencía tan aterciopelado que mi olfato despistó, acompaña el secreto que su carne tan melosa se desvela.



A los postres me rendí, me pido un Pedro Ximénez Málaga, inconscientemente así unir y acercar tierras y culturas. Mi recorrido siempre termina así, con dulzura, sin mentiras ni secretos.



Me busco una salida cada noche desde que volví, miro fotografías y quiero repetir esa sensación y adelantarme a la marea. Cada tierra tiene su vid, un puerto y un sabor que se esconde dentro de una copa y una deontología. Quise y conseguí ver el mar, terminé sumergida en un color que, creo recordar, que es el verde gris de esos mismos ojos.

¡Graciñas!


2 comentarios:

Anónimo dijo...

MUY BUENO Y MUY SENSIBLE. Como tu.

Luis Mateos Cuesta

J. M. dijo...

Nosotros somos el mar. Siempre estamos ahí. Vosotros sois la tormenta. Como la tormenta, llegáis con furia y espuma, resopláis... y os perdéis en la atmósfera. Y nosotros siempre permanecemos y permaneceremos