lunes, 14 de junio de 2010

Fresas a la Pimienta



Hoy busco un logotipo y un sabor; una imagen única y un plato intruso. Y su respectivo vino, claro.

Una noche cálida, en plena primavera de sentidos pendientes de surgir, entre olores que sólo estando en Grecia se perciben. Sensación de inseguridad y de una crisis no tan imprevista, me encuentro con una persona que, de verdad, da sentido e imagen a lo que, en este rincón íntimamente virtual, escribo.

Insisto; el sabor define a la persona y la persona define al sabor. Somos extensión y reflejo de nuestras preferencias gustativas, lo que el paladar rechaza explica bien el porqué de nuestras elecciones gastronómicas. Desarrollamos criterios y los seguimos con los ojos cerrados, confiando en el olfato y el gusto.

¿Nos debemos decantar por lo propio, desafiando normas de maridajes ya probados?

Experimentamos con pudor y sin temor y con un buen vino al lado. Abiertamente te digo que mi paladar es el lugar más íntimo que en mi cuerpo se aloja y te invito a probar platos, vinos y sabores fieles a mi antojo habitual. Si quieres presumir y vacilar que me conoces bien, acompáñame a saborear lo que a mí me gusta.
Un dry de Tanqueray Ten, para ir abriendo boca y dejar que sin miedo me presente. Enfrente, en el otro lado de la mesa, tengo a Y.Z. Me pido mi martini habitual, sabor familiar que me acompaña mientras voy conociendo a la persona que, hasta entonces, nunca había visto.

Conversación que se desenlaza por intuición y por formulas comunes de educación, oraciones de política y correctas que pronto dan lugar a expresiones con matiz más personal. Momento incomodo el de echar un vistazo a la carta y al menú, decidir y decantarme por una cosa o por otra; un risotto para mí, raviolis para mi socio habitual y macedonia de frutas de la temporada para ese desconocido tan cercano.

-Georgia, adelante, elige tú el vino que nos acompañará durante esta cena.

Escondo detrás de la carta mi rostro que se acaba de teñir rojizo, tonalidades de la paleta de colores de mi timidez habitual, ya que a mí me tocaba dicho honor; mi mirada pasea rápido por las líneas que vinos extraordinarios describen. (Ese puntito de timidez que doy yo siempre a la hora de presentar sentimientos propios no se hace por casualidad, tampoco pretendo quitarle peso de lo que yo opino. Como tú te puedes imaginar, mantengo una delicadeza a la hora de mis preferencias anunciar, así que no desconfíes de mi gusto)

Con sutileza pues, me decanto por un vino griego, blanco fumé de Sauvignon Blanc, el que pronto llega a la mesa para felizmente encontrarse con los manjares elegidos que nos van alimentar y esa conversación que nosotros tres vamos alimentando con temas diversos, deliciosos, encantadores.
Se me sirve el vino. Me toca opinar ¡tierra fértil, hermosa y griega, tierra de mis vinos trágame! y cómo decirle a ese griego sumiller que me acaba de servir un vino perfectamente equilibrado. Con qué palabras expresar esa fortaleza de la Sauvignon que por terruños del norte de mi país mediterráneo encontró lugar y hogar, extendió sus raíces bien y se hizo propia, tan propia que huele a clasicismo.

-Está bien, digo yo y sin embargo ninguna tierra se abre para bien tragarme.

La cena queda inaugurada y oficialmente ya se puede disfrutar y es cuando me paro y observo:
Y.Z. tiene delante su plato, macedonia de fresas chicas y hermosas que tan sólo se definen por su propio color, y manzanas, ácidas y dulces, variedades dos, se nota por la palidez y su color, una más dulce que la otra seguro de que resulta.
Bien. Ahora caigo; Y.Z. tiene mucho que contar, disfruto despacio el sabor armonioso y ahumado de mi vino blanco, paladeo con gestos lentos y hago que los granos de mi arroz espeso y caldoso roten en mi boca, dejo al lado el pan, y con curiosidad me fijo en la macedonia de frutas.
El mismo sumiller, al que yo acabo de hablar con un laconismo casi incomprendido, se acerca a la mesa y le veo rociar a esa macedonia con aceite de oliva, cuyo olor y acidez rompe los aromas a avellana y a roble de Bordeaux que la Sauvignon fumée desprende. Con gestos ágiles y algo intermitentes ahora prosigue con la reducción de vinagreta balsámica, gotas espesas, negrizas y brillantes caen y sedosamente posan encima de las fresas y manzanas de dos variedades. De ningún lugar y casi de la manga saca también un molinillo de madera, y ahora mismo se dedica estoicamente y con plena sensibilidad a sazonar la macedonia con ese popurrí de pimientas que caen recién molidas para dar más aroma y sabor, y para mi imaginación aún más provocar y así yo quedarme durante unos instantes muy quieta.

La cena sigue y se extiende. Armonía de palabras, de sonrisas y de sabor. Me allano en la espesa densidad de mi risotto exquisito, de vez en cuando observo las expresiones de Y.Z., intentando así sacar alguna conclusión acerca de su paladar, gustos y personalidad que cada vez más me intrigan. La Sauvignon ha sido un acierto sin duda alguna, disfruto tanto de mi estado anímico que por momentos roza la emoción, por esta noche y esta cena tan brillante.

Días después, vuelvo de aquel lugar, de la capital griega, de mi Atenas, dolida pero querida. Días después remonto a esa noche y a esa cena tan especial, para decirte que Y.Z. es una persona con mucho gusto y paladar, su originalidad define al manjar que con sabiduría elige. Hoy se da una prorroga a lo que esa noche pude vivir y disfrutar, me llega un logotipo diseñado por él a mano, la mano de una persona con gusto personal y argumentos propios. Se ve y se percibe, cuentos al vino con q, con c, con amor y con pimienta.


Vino catado en Grecia: Amethystos Fumé

Restaurante visitado en Grecia: Piazza Mela

Persona querida y con paladar en Grecia: Yorgos E. Zannias


1 comentario:

J. M. dijo...

Atenas siempre esconde algo bueno, siempre tiene alguna esquina en la que perderse, viajar en el tiempo, incluso enamorarse.