viernes, 25 de junio de 2010

Habitual Inciso



De la patata, que es rica y requeterica, sabor a almidón sólido y franco, de costumbres alimentarios o alimenticios diarios.
Me sirvo un vin
o y te cuento.

Sálvame y ayúdame a cubrir la necesidad de complacer mi apetito. Tráeme recuerdos de infancia pura, alegre y de color tomate; rojo vivo y brillante, espesito, dulzón y algo ácido. Recuérdame la sencillez de mis degustaciones primarias, primitivas y esas primerizas.
Clarita clara de huevo y de relleno la yema de color amarillo anaranjado, colores y sustancias batidas entre sí, en revuelto, como bien se llama dicho encuentro. Estos son los ingredientes de mi infancia y del sabor feliz de un tal habitual inciso; receta sencilla que desesperadamente busca jornada y rutina semanal para colarse y ahí quedarse, como intruso que se escapa de la despensa que en desuso está, inciso del sabor y exquisitez express , de la sartén al plato.

Qué decir de las pataticas fritas pues, francesitas según ¨les frites¨, en paja y doradas, de entrada crujientes y al masticar notar textura blanda y murmurar

¨…mmm saben a domingo estival¨.

Cierto es y más lo voy a matizar; saben a casa y a hogar, saben a atardecer comiendo tarde ya en la terraza, felizmente poniendo fin así a un día entero en la playa y bajo el sol, que el apetito aún mas agrandan.

Pues ocúpate primero de pochar medio kilo de tomate pera bien picado; en la sartén su pulpa rojita se juntará con una pizca de sal, otra mijilla de azúcar, chorrito de aceite de oliva y al gusto añade orégano, romero o tomillo, identifícate entre hierbas finas y aromáticas y ¡adelante!: con paciencia y buen humor ya puedes ir removiendo tu salsa tan casera.


Me acerco al teléfono y llamo a mi madre para oír su voz, mientras mi salsita coge cuerpo y sabor, dulce y ácido del tomate fresco. Me dejo en los brazos de su conversación que siempre con cariño me concede; me cuenta su día y alguna anécdota de la noche anterior, disfruto y a la vez me llega el olor a lo que en mi sartén se cuece. Curiosa combinación de estímulos; el olfato que allí a mi casa me puede trasladar, junto a mi madre. Al oír su dulce voz por un instante me hace pensar que es ella que metida en la cocina está, y ahora va a proceder al siguiente paso de su sencilla y tradicional receta.

Según la cantidad del tomatito bien pochado tienes que escoger la respectiva cantidad de huevos grandes y, si es posible, del pueblo y del coral, sus yemas te compensarán por el sabor, su tamaño hermoso y por su color naranja tan intenso. Un caprichito, mientras, te voy a contar. La receta manda que los huevos se tienen que batir para mezclarse bien con la salsa recién elaborada. Yo siempre procedo así pero dejo un huevo a parte integro, sin curtir y con azotes castigar; te acordarás de mi cuando al final en esa yema sin batir tu trozo de pan remojes y rebañes.

Los huevos ya están, batidos y en su salsa haciéndose con una yema en medio, sobreviviente única burlándose de ese revoltijo. Ya hace rato que he colgado el teléfono, así recapacito viendo que soy yo que mi sartén manejo.


Si tú no eres como yo y por momentos no te pierdes oliendo y oyendo, deja de filosofar y ve pelando pataticas. Pártelas en paja fina al perfil francés, pásalas por agua y sal, escúrrelas y en otra sartén al lado empieza a bien dorarlas.


Todo en este mundo tiene su referente fin y un final feliz ahora me tengo que buscar para emplatar para ti este rico y habitual inciso. Te confieso que a menudo tanto los huevos rotos como las sartenadas ingeniosas que al instante se tienen que servir, me encanta presentarlas en su propio recipiente, pues ya han cogido su forma y olor, así su temperatura y esencia por el camino hasta la mesa no se pierden.


Vuelca donde la salsa de tomate pera, los huevos batidos y la yema emperatriz, las pataticas recién fritas.
Espolvorea con pimienta y sal, si griego eres o como tal te sientes añade trocitos de queso feta. Por último decir y con sutileza añadir que ni me acuerdo con qué vino acompañe esta sartenada. Pero sí, te confieso que desde que esa receta he empezado a redactar, un vinito blanco de Palomino fina de mi segunda tierra madre estoy bebiendo. Sí, me disperso y me pierdo pero sin duda el escribir y describir recetas también con un vino se puede maridar. Mientras te hablo del sabor y el color, mientras te indico cantidad y de mi madre por una vez más me acuerdo, la boca se me hace agua y el agua se me hace vino.



Que disfrutes de la sartená y tal vez de ese Barbadillo. Un beso dulce de color rojizo y doradito, de sabor a patata que a veces vale para filosofar y así hablar de un habitual inciso.





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